“Lo que vieron los unicornios” de Helen Rye

Encontramos el unicornio en un callejón detrás del Walmart. Estaba extendido de hocico a cola, en dirección norte-sur, igual que los otros que habíamos encontrado últimamente; su cuerno, como la aguja de una brújula. Últimamente estábamos haciendo muchas horas extra. Últimamente veníamos encontrando muchos unicornios muertos.

En un intento por entender este fenómeno, decidimos hacerle una autopsia. Nos cargamos el cuerpo al hombro, aliviados de que fueran las tres de la mañana, las calles desiertas —nadie quiere ser confundido con un asesino de la inocencia—. Incluso cuando están muertos, los unicornios brillan por un tiempo, así que no nos hicieron falta linternas.

En la mesa de acero inoxidable de la sala de autopsias le hicimos una incisión profunda, desde el esternón hasta la pelvis, apartamos la carne. Descubrimos que el vientre estaba lleno de presagios y augurios —ninguno positivo— . Sacamos las entrañas y el panorama se agravó: terremotos y erupciones y señales de tormentas de fuego y hambrunas y civilizaciones que caían y caían sin que ninguna volviera a levantarse. Cuando llegamos al extremo del intestino delgado, ya no quedaba nada más para decir.

Nos preguntamos si debíamos dar aviso a las autoridades. Parecía ser lo correcto, pero las llamadas quedaban en espera, la evidencia fotográfica nos era devuelta, sin que pudiera ser entregada. Pensamos que si hubieran sido el tipo de personas que escuchan las advertencias de los unicornios, habría habido mucho menos que advertir. Pensamos que esto era algo más que los unicornios sabían.

Cuando empezaron a caer arpías del cielo, la población recién se dio cuenta de que algo pasaba; las compañías de seguro sostenían que el daño causado por una criatura mítica podía considerarse como un acto de Dios, esto enfureció a los teólogos. Las personas culpaban a los hippies, a los cuidadores de zoológicos y a los niños salvajes, y comenzaron a mirar hacia arriba, además de hacia los lados, al cruzar la calle.

Y cuando los dinosaurios emergieron de la tierra, flexionando sus músculos, sus huesos fosilizados crujiendo bajo el peso de la carne nueva, cuando las carcasas de ballenas muertas y extintas hace tiempo se reanimaron y subieron lánguidas hacia la superficie de los océanos, sus pesados movimientos y sus saltos no pudieron ser ignorados. Las marejadas inundaron las ciudades. La gente protestó que así no era como debía terminar el mundo, pero a los dinosaurios y a las ballenas pareció no importarles.

En el final del final, cuando las fallas en las placas tectónicas dividieron los continentes uniendo volcanes como si fueran guirnaldas de flores, cuando los dragones sobrevolaron el cielo rojo de la noche, cual aves rapaces, y ya no hubo más manifestantes ni protestas, ni más llamadas ni teléfonos, nos retiramos a una colina, lejos del cráter fundido donde había estado la ciudad, y fuimos testigos de cómo el planeta se volvió contra sí mismo. Con el sol en retirada y las leyes de la física hartas de todo, vimos caer basura espacial sobre la Tierra, vimos perecer dragones y dinosaurios, ballenas y unicornios, arpías y hippies y teólogos, bajo esta enorme tormenta de granizo metálico.

El cielo estaba tan claro que cuando las últimas olas nos alcanzaron, vimos constelaciones brillar como reflectores. En el norte, vimos a Pegaso, con la estrella moribunda en su hocico. Vimos lo que vieron los unicornios: esto es lo que es y no hay nada nuevo bajo este sol ni bajo ningún otro. Y lo último que vimos fue que nos parecía que estaba bien.

Traducción: Susurros Chinos

Publicado en Instantáneas de ficción. Volumen 2

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Del original What the Unicorns Saw, de Helen Rye; publicado en Atticus Review, 12 de marzo, 2019.

Helen Rye vive en Norwich, en el Reino Unido. Es becaria Annabel Abbs 2019/2020 en el programa de la Maestría en Escritura Creativa de la Universidad de East Anglia. Ganó el premio Bath Flash Fiction y el concurso Reflex Fiction, y obtuvo el tercer lugar en el premio Bristol Short story 2018. Sus relatos han sido nominados para Best Small Fictions y el premio Pushcart, y seleccionados para el premio Bridport. Es editora de envíos en SmokeLong Quarterly y editora de prosa en Lighthouse Literary Journal. De tanto en tanto colabora en Ellipsis Zine y TSS Publishing.

Más información: helenrye.com

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