A los nueve, no puedo evitar los tropezones ni las caídas, los raspones de mis rodillas contra el cemento. Me gusta el ardor y el latir de mi sangre saliendo a borbotones. Soy piel partida. Mi padre me enseña a atarme los cordones. Porque está cansado de verme caer. O porque está cansado de levantarme. Me alcanza la zapatilla izquierda: “Haz lo que yo hago” dice, usando la zapatilla derecha como ejemplo. Y hago lo que él hace, hasta mis veintitantos, cuando también he alejado a todas las personas que amo. Forma dos lazos con cada uno de los cordones, los cruza, pasa uno por la abertura, tira con fuerza. “Solo uno puede pasar. El otro no. ¿Entiendes?”, me dice en español. Y no supe en ese momento que era nuestra despedida. Aprendo a fingir que mis cordones están atados: los meto al fondo de mis zapatillas, dentro de mis medias, aprieto las puntas con los talones.
Me caigo y soy piel partida y sangre a borbotones. Mi madre me compra un par de zapatillas nuevas con velcro “para que no batalles”, me dice en español. Eso es lo que mi madre hace mejor: usar tiritas Band-Aid cuando lo que necesito son puntos. Limpia mis rodillas para que no me desangre. Cuando todo lo que quiero es agrandar la herida más y más y más y ver cómo me desangro sobre mi madre, sobre mi padre, hasta que soy todo y nada. Me aparta la mano de una palmada porque “así es como te haces cicatrices”, levantando las costras que se forman sobre las heridas. Nunca me cuenta sobre todas las otras maneras en las que me haré cicatrices. Y ya no volverá a darme una palmada en la mano, ocupada con sus propias costras. Las tiras de velcro de mis zapatillas impiden que me caiga, pero en la escuela soy la wetback, la espalda mojada, la bebita mexicana que no sabe atarse los cordones. Y no hay modo alguno de explicar que mis padres hicieron lo que pudieron. Y que jamás sentiremos que somos suficiente. Y que no hay nudos ni tiras suficientes que me contengan. Me tropiezo, y caigo, y sangro a borbotones. Soy piel partida. Hasta que aprendo que soy la que puede pasar.
Traducción: Susurros Chinos
Publicado en Instantáneas de ficción 3
Del original Velcro Shoes, de Sonia Alejandra Rodríguez, publicado por Lost Balloon, julio 2020. Ganador de Best Micro Fiction 2021.
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Sonia Alejandra Rodríguez es Profesora de Inglés en LaGuardia Community College en la ciudad de Nueva York. Es inmigrante de Juárez, México, y creció en Cicero, Illinois. Su trabajo ha sido publicado en Huizache: The Magazine of Latino Literature, Hispanecdotes, Everyday Fiction, Acentos Review, Newtown Literary, So to Speak: A Feminist Journal of Language and Art, No Tender Fences: Anthology of Immigrant and First-Generation American Poetry y Longreads.
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Sitio web www.soniaarodriguez.com
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