Me llevó a casa desde una tienda no muy lejos de aquí. Me envolví en la tibieza del sol mientras me cargaba contra su pecho como a un bebé. Vi su amplia sonrisa cuando me miraba. El latido de su corazón, una canción de deseo y necesidad que sentí en mis raíces.
—Esta es Suegry —me puso lado a lado con la lengua de suegra que estaba en una maceta color cerúleo. Me sentí desnuda en mi contenedor de plástico negro.
—Esta es Dinerovsky —. Sacudí mis hojas ante una planta del dinero llamada “Dinerovsky”. ¿Quién es esta persona?
Me puso sobre un estante al lado de la ventana, delante de Pinchudín y Chistín.
—Aaah, esta no va a sobrevivir —oí que Pinchudín le dijo a Chistín. Las suculentas son las peores. Creen que son las únicas que sobreviven. Pero no me conocen. Miré hacia la ventana sin siquiera saludarlas.
—Aaah, se cree muy muy —le oí decir a una en español—. Se va a olvidar por completo de esta nueva en pocos días—. Desde esta posición, el sol me cegaba, y temí que estuvieran en lo cierto.
Mis puntas ya se estaban poniendo marrones y mi tierra reseca para cuando vino a verme de nuevo. Menos mal que nunca necesité que nadie me ayudara a florecer. Las de mi especie han sorprendido a mucha gente al sobrevivir en condiciones adversas.
—Buenos días, Lily —me saludaba mientras yo bebía de la taza de agua que me ofrecía. Me visitaba cada vez que mis hojas decaían, cuando la tierra raspaba mis raíces mientras buscaba gotitas de vida. Esta persona apenas me mantenía viva, y yo a diario me asombraba de haber sobrevivido un día más.
En los últimos días, después de la última vez que me ofreció agua, he notado que cambió. Ha estado viniendo hacia la ventana, corriendo la cortina, cerrando los ojos, dejando que el sol le dé en la cara. Los pliegues alrededor de sus ojos y en su frente combinan con mis nervaduras. Su gran cabeza bloquea mi luz.
¿Por qué está en casa todo el tiempo? Me ha estado regando demasiado estos días. Hunde su dedo en mi parte más blanda, buscando respuestas que no tengo.
Pone libro tras libro enfrente de mí, luzco mi nueva maceta color iris. Posamos. Pide sonrisas. Durante horas, pasa de un sofá azul marino a otro sofá azul marino y de vuelta al primero.
Lleva puesto el mismo pijama a cuadros desde hace unos días. Canta canciones sobre estar en completa soledad y canciones de tiburones bebés. Baila por toda la sala. Y se echa boca abajo en la alfombra. ¿Qué está pasando?
Se tira en el sofá cama a leer Muchachas ordinarias. Sus uñas recién pintadas combinan con la portada rosa, roja y naranja. Más de una vez, me he dado cuenta de que mira fijamente la pared color blanco tiza que tiene delante. ¿Dónde estás?
Viene hacia mí (de nuevo): —¡Lily, Lily, Lily!
Sus ojos están un poco caídos, con una sombra nueva alrededor. Quizás también necesite agua, también cuidados.
He llegado a necesitar su contacto. En el momento más cálido del día, cuando el sol brilla más fuerte, viene y se para junto a mi ventana. Antes de irse, me limpia las hojas. La tibieza de sus dedos es parecida y a la vez diferente a la del sol. Su tacto, siempre delicado, inseguro. Las huellas aceitosas de sus dedos dejan un mapa que debo descubrir. No hace esto con las otras, solo conmigo.
—¿Por qué estás tan deprimida, Lily? ¿Quieres más agua? —. ¡Nooo, idiota!, grito. Inclina la cabeza hacia un lado, con la taza suspendida en el aire. ¿Puedes oírme? Me pregunto. Me presiona cada vez más, y yo me le aferro. Me entierro debajo de sus uñas, para estar cerca aun cuando me deja, aunque solo sea hasta que se lave las manos, una y otra vez.
—Está bien, ya te entendí. No más agua.
Han pasado semanas y no ha salido del departamento. Los últimos días han estado nublados, y no ha venido a pararse junto a mi ventana. En lugar de eso, se acuesta en el sofá y mira televisión. Su vista perdida en la lejanía.
Espero el día siguiente y no aparece por mi sala de estar hasta el mediodía. Busca agua en la cocina, y tengo esperanzas. Vuelve arrastrando los pies por el pasillo, vaso en mano. Ni siquiera me mira.
Al día siguiente, igual. Mediodía. Agua. Arrastre. Indiferencia.
No entro en pánico. No puedo. Me siento seca, agobiada, sola. Las suculentas están prosperando. Sacan nuevos brotes. De hecho, les va mejor sin su presencia. No entiendo por qué. Es como si me hubiera olvidado de quién era yo antes de estar con esta persona. Olvidé mis raíces, olvidé que he sobrevivido antes. Y que lo haré otra vez en las Lilys que vendrán.
—Lo siento, Lily —dice.
Cuando al fin se acuerda de que existo, ya estoy débil. Mi flor se marchitó y no se dio cuenta. No miro cuando me riega. El agua fría, una sacudida en mis raíces secas. La vida me recorre como electricidad. Me siento vibrante otra vez. Quiero estirarme y absorber y decirle que extrañé su compañía. Pero no lo hago. Quita el polvo que se alojó en mí, que se cuela por mis grietas. Pero desvío la mirada.
Vuelve a sus canciones y bailes ridículos y a sus saltos en el sofá. Se para delante de mi ventana, su gran cabeza enfrente de mí. Mi cuerpo recuerda que está lleno de vida; crecen nuevos pimpollos y pronto mis flores se abrirán.
Ahora hace yoga a medias. Quien da la clase está en una postura como un pretzel, mientras esta persona se sienta con las piernas cruzadas y se echa prétzeles a la boca antes de estirar los brazos hacia arriba. Yo también levanto mis hojas. Me estiro más allá del techo, más allá del cielo azul, y agrego nuevas estrellas al espacio exterior por cada día que hemos sobrevivido. Estamos pintando una galaxia.Viene hacia mí: —Hey, hey —corea. Canta a viva voz una canción que habla acerca de sobrevivir y cómo amar. Sostiene mis hojas entre sus dedos. Y estamos bailando. Sonrío, complaciente. ¿Quién es esta persona?
Traducción: Susurros Chinos
Publicado en Instantáneas de ficción 3
Del original, Lily, publicado por Hispanecdotes. Nominado para Best of the Net 2020.
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Sonia Alejandra Rodríguez es Profesora de Inglés en LaGuardia Community College en la ciudad de Nueva York. Es inmigrante de Juárez, México, y creció en Cicero, Illinois. Su trabajo ha sido publicado en Huizache: The Magazine of Latino Literature, Hispanecdotes, Everyday Fiction, Acentos Review, Newtown Literary, So to Speak: A Feminist Journal of Language and Art, No Tender Fences: Anthology of Immigrant and First-Generation American Poetry y Longreads.
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