Son casi las siete. Pronto estarán despiertos.
Afuera, el oscuro amanecer se tiñe de un gris plomizo. El reloj de la cocina hace tictac y la caldera murmura suavemente en el fondo. Adoro la quietud y la calma de las mañanas, pero la casa está a punto de cobrar vida con voces, ruidos de cubiertos y aromas en la cocina.
Aquí viene ella. La bata del lado del revés, las pantuflas cambiadas. Toma la pava y arrastra los pies dejando a su paso la fragancia de la cama tibia.
—Buen día, Jen —susurro. Ella bosteza sin disimulo.
Alacenas y cajones se abren y se cierran. Pone la mesa; un tazón y dos platitos. De la planta alta llegan ruidos de pasos y golpes. Jack viene corriendo a medio vestir, con el cabello revuelto, la camisa por fuera del pantalón y una sola media. Ya sé lo que sigue.
—Mamá, ¿dónde está mi corbata?
—Donde la dejaste… —Jen bosteza otra vez—. En la baranda.
Jack refunfuña y sube corriendo de nuevo.
—Y cepíllate los dientes —le ordena.
Volutas de vapor empañan la ventana cuando la pava hierve. El aroma intenso del café recién hecho me hace desear una medialuna. Pepina entra a la cocina dando saltitos. Mi pequeña Pepina en su pijama de Pipa Pig.
—Buen día —me saluda con una amplia sonrisa y abraza su elefante rosado y esponjoso.
—Buen día para ti, Pepina bonita, y buen día para el Sr. Efelante.
Sonríe y se trepa a la banqueta que está junto a mí, sienta al Sr. Efelante al lado de su taza de leche. Luego se estira y toma un sorbo ruidoso. La leche le deja un bigote blanco debajo de la nariz. Me sonríe de nuevo.
—¿Te gusta mi bi’ote?
—Muy lindo —le digo con un guiño exagerado.
—Muy lindo, mi amor —dice Jen, todavía al lado de la tostadora.
La tostada salta —huele a hogar… y a quemado—. Jen chasquea la lengua mientras raspa con fuerza la rodaja ennegrecida, luego la tira a la basura. Entra otra rebanada en la tostadora. Grita en dirección al techo.
—¡Jack, vas a llegar tarde!
Pasos apresurados en las escaleras. Jack aparece con la corbata en la mano, la camisa dentro del pantalón y ambas medias puestas. Atrapa la tostada justo cuando salta.
—¡Siéntate un minuto!
—No hay tiempo, mamá. Adiós.
—No te olvides de…
La puerta de entrada se cierra de golpe y ya se fue. Jen suspira, sacude la cabeza y pone otra rodaja de pan en la tostadora. Blandiendo el cuchillo para untar mira a Pepina.
— Cuando crezcas, Pepina, no tengas un hijo varón.
—No lo haré —dice Pepina, riendo.
Jen la besa en la frente y luego se sienta a la mesa. Se sirve cereal en su tazón y se queda mirándolo. Sus hombros se encogen, está casi encorvada. Se me rompe el corazón. Secándose las lágrimas, con la nariz húmeda, busca un pañuelo en su bolsillo y chasquea la lengua otra vez al descubrir que tiene la bata dada vuelta.
—Qué tontita, mami —dice Pepina y me hace un guiño cerrando ambos ojos.
—Sí, tesoro, qué tontita mami —decimos Jen y yo al unísono.
Pepina me mira.
—Papi también piensa que eres tontita.
—Sí, mi cielo, seguro que papi lo habría pensado.
Traducción: Susurros Chinos
Publicado en Instantáneas de ficción. Volumen 2
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Del original Burnt Toast, de Julia Hartnett; publicado en TSS Publishing, 9 de noviembre, 2017.
Julia Hartnett vive en la costa de East Kent en el Reino Unido y divide su tiempo entre escribir ficción e investigar su historia familiar. Es miembro del grupo de escritura creativa local Beach, un puñado de escritores de microficción, drama, prosa y poesía que comparten el amor por la palabra escrita. Su relato Burn Toast obtuvo el tercer puesto en la competencia Autumn 2017 Flash Fiction. Actualmente, se encuentra trabajando en una novela.
Más información: jajhartnett.com