La niña no puede ver las grietas en el hielo cuando empieza a caminar sobre el lago. Puede, sin embargo, escuchar como cruje bajo el silbido del viento que sopla a través de los pinos amenazantes y sentenciosos.
La niña da otro paso. Es audaz. Tiene trece. No le importa si las cosas se rompen.
—¡Te digo que vuelvas ya mismo! —El miedo hace que las palabras de su tía se amontonen como ovejas en el campo.
No hay peleas en el mundo que no se puedan arreglar corriendo directo al peligro. Eso piensa la niña ahora, cuando el hielo rechina debajo de sus zapatillas.
Separa un poco los pies y baja la mirada hacia la superficie oscura. Debajo, los peces sueñan profecías de un mundo cubierto por un gran océano ácido y de criaturas deformes y bioluminiscentes que viven en los vestíbulos sumergidos de los rascacielos. El lecho de ese océano destella con las escamas de generaciones de peces que llevan vidas breves y eufóricas y mueren y se descomponen para volver a ser nada.
El aire frío huele a metal, y la niña siente que tiene escarcha en los orificios nasales cuando respira. Salta una vez, para probar, y escucha el grito de su tía. Ya avanzó un cuarto de camino sobre el lago. Su tía no la seguirá hasta aquí.
Porque es una cobarde, piensa la niña.
Sus trece no han sido como esperaba: no aprendió chino mandarín por su cuenta ni cómo armar un equipo de radioaficionados; no escribió un libro; de hecho, no hizo nada más que mirar la primera temporada de varias series de televisión que fueron canceladas; su maestra preferida, la señorita Thomas, se va de la ciudad; le brotó acné por toda la frente como si fuera un campo minado; y no hay una sola cosa de ella que sea interesante.
Sabe que es una estupidez quejarse por todo eso. Sin embargo, hay un sentimiento de enojo en su interior, encendido como una llama piloto. Le ilumina los ojos desde el hueco de sus órbitas oscuras. La niña ama absolutamente todo lo que existe en el mundo, pero nada de todo eso la ama a ella.
Una parte suya sabe que si el hielo se quiebra, caerá.
Empieza a caminar otra vez, más despacio. Un paso, dos pasos, arrastra los pies.
Existe un mito que dice que si un niño o una niña cruza todo el lago caminando, le saldrán branquias y escamas, y se convertirá en un pez. Esto no es algo que la niña haya oído, solo es algo que le parece que podría ser cierto.
Una vez la señorita Thomas le contó sobre la caída de una ballena. Ocurre cuando una ballena muere y su cuerpo cae hasta el fondo del océano, un hecho milagroso que puede asegurar la supervivencia de todo un ecosistema nuevo. Una niña humana no es una ballena, ni siquiera un pez. Y aun así.
La niña piensa en su cuerpo adolescente y en todas las cosas que podría hacer con él. Se toca la piel justo debajo de la mandíbula, en busca de pliegues y surcos que indicarían que está cambiando. Nada.
—Lo siento. Por favor, regresa —dice su tía, pero suena casi como si le estuviera diciendo que continúe.
Estoy feliz. Estoy triste. Soy egoísta. Soy resiliente. Soy depresiva. Me gustan los niños. Me gustan las niñas. No me gusta nadie. Amo tanto la vida que voy a estallar.
Prueba distintas ideas para descubrir qué es verdadero. Nada le parece cierto.
Resbala y cae con fuerza sobre las manos y las rodillas, el polvo ligero de la nieve le quema las palmas. El corazón le martillea en el pecho mientras nota que si se pone de pie otra vez, el hielo podría quebrarse, solo podría, y ahí la tienen, como una tonta, sola en medio de un lago tan profundo como para tragársela hasta la primavera.
Comienza a gatear y, mientras avanza centímetro a centímetro, las lágrimas le corren por las mejillas.
Cuando tenga tu edad, ¿seré el mundo?, quiere preguntarle a su tía.
Sigue avanzando a los arañazos y siente que las uñas se le desprenden. Tiene el cuello desnudo y frío por el corte de pelo que intentó hacerse frente al espejo del baño. Fue, admite ahora y solo para sí, un error tremendo. Pero igual, eso no significa que su tía tuviera razón.
Cuando llega a cruzar las tres cuartas partes del lago, su tía se queda en silencio, dando vueltas, esperando en la orilla, porque no hay nada que pueda hacer.
La niña se pone de pie y comienza a caminar, luego corre para cubrir el tramo final. El hielo se resquebraja bajo sus pies, y el agua helada se filtra a través de sus zapatillas y medias, pero ella ya se está riendo. Se siente optimista. Sus dedos se estiran con delicadas membranas y la piel se le cubre de escamas plateadas. Cuando el agua le tape la cabeza, cree que sabrá cómo respirar en las profundidades.
Traducción: Susurros Chinos
Publicado en Instantáneas de ficción 5
Del original Whale Fall, de Yume Kitasei, publicado por Catapult en diciembre de 2021.
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Yume Kitasei, autora de las novelas The Deep Sky y The Stardust Grail (Flatiron Books/Harper Voyager UK), y de dos próximos lanzamientos: Saltcrop, en septiembre de 2025, y Envoy, en 2026. Mitad japonesa, mitad estadounidense, creció en un espacio entre ambas culturas —el mismo en el que residen sus historias—. Sus textos han aparecido en New England Review, Catapult, SmokeLong Quarterly y Baltimore Review, entre otras publicaciones. Más información en yumekitasei.com.